venerdì 29 ottobre 2010

La peregrinacion




"Peregrino etimológicamente, es el forastero. el que anda por tierras ajenas; el que está fuera de los suyos, de su casa, de su patria. A ese significado, heredado de época clásica, la voz peregrinus fue añadiendo otro que, desde el siglo XI, será dominante. A partir de esa época, la peregrinación designa, ante todo, el viaje individual o colectivo hacia un lugar santo, efectuado por motivos religiosos y en espíritu de devoción. La Partida primera recoge este sentido del vocablo: "Pelegrino tanto quiere dezir como ome estraño, que va a visitar el Sepulcro Santo de Hierusalem e los otros Santos Logares en que nuestro Señor Jesu Christo nasció, bivió e tomó muerte e passion por los pecadores; o que andan pelegrinaje a Santiago o a Sant Salvador de Oviedo o a otros logares de luenga e de estraña tierra". Entre éstos, en especial, a partir de Roma, fomentando el jubileo periódico de los "romeros".
Extrañamiento, por tanto, desarraigo, incomodidad, penalidades, sacrificio, provisionalidad, constituyen algunos de los vocablos que solemos colocar en el campo semántico de "peregrinación". En resumen, todo lo que empalma el desplazamiento de un lugar a otro con l
a elección que implica un camino de ascesis.




«¡Qué alegría cuando me dijeron:

Vamos a la casa del Señor

Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.!»

(Sal 121, 1-2).


Iván de Kronstadt (1828-1908) plasmaba, en clave cristiana, la parábola de la existencia humana, de este modo: “¿Qué es nuestra vida? El camino de un viandante, apenas ha llegado a un lugar, se le abren las puertas, deja el traje de viaje y el bastón de peregrino y entra en su casa” (G. Ravasi). Eso es la vida cristiana para quien, por gracia de Dios, alcanza el paso a la casa del Padre y al banquete del cielo. Juan Pablo II lo expresaba así: “Toda la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre” (TMA 49).

Esto mismo lo había expresado el Concilio Vaticano II en el cap. VII: “Indole escatológica de la Iglesia peregrinante y su unión con la Iglesia celestial” (nn 48-51).

Es un hecho demostrado que en todas las culturas, la vida se simboliza por la imagen-parábola del camino. Jorge Manrique lo expresa sabiamente: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/, que es el morir...” En hebreo el término “derek” incluye los conceptos de “camino”, senda moral buena (luminosa) o mala (tenebrosa) (Sal 1, 6; Pr 14, 12; Sap 5, 7; Ez 3, 11-17; Mt 7, 13-14) e incluso la fuerza de la persona (2 S 22,31; Jn 14, 6). La “beat(ritmo, latido) generation” suscribe también como declaración de principios este eslogan: “El camino es la vida”, que se puede volver al revés con la misma verdad, es decir: “La vida es camino”.

Grandes antropólogos como Mircea Eliade, Leroi-Gourhan y Ries, al estudiar los desplazamientos humanos en el paleolítico superior, han constatado en África, la India y Australia peregrinaciones que conducían a “santuarios” o lugares sagrados. De este modo se constata la realidad universal y primitiva del “homo viator”, del hombre caminante en busca de lo sagrado, lo inefable, lo inaudito, lo que fascina y es tremendo, lo que sacia hasta lo más hondo los anhelos del corazón.

La peregrinación aparece con las notas de ruptura y desprendimiento de lo conocido, para ir al encuentro del misterio, como en el caso de la peregrinación “adámica” que se concreta en “el camino de las tinieblas” (Pr 2,13; 4,19), pero también el regreso a una vida de conversión y encuentro con Dios , como en Abrahán (Gen 12, 1), búsqueda de lo “tremendum et fascinans”(R. Otto), expresado en lo “sagrado”, de lo extraño y maravilloso (la zarza ardiendo sin consumirse), como en el caso de Moisés (Ex 3, 36). Todo ello acontece en la esperanza de que el hombre puede realizar allí sus deseos y dar sentido pleno a la vida profana (en la que no ocurre nada sagrado) y diaria.

Desde el inicio de la historia humana, los hombres siguen su peregrinación en multitud de viajes sagrados en el espacio y el tiempo. Estas peregrinaciones han girado siempre en torno a un itinerario camino de una meta sagrada. Las tres grandes religiones monoteístas tienen su meta en Jerusalén donde se hallan las tres piedras, fundamento de sus creencias. Los judíos

tienen en Yahvé la piedra del templo de Sión (Sal 46, 6-7); los cristianos tenemos allí la gran piedra que rodó del sepulcro de Cristo, signo de la victoria del Resucitado sobre la muerte (Mt 28,2); los musulmanes tienen allí la piedra de la “Cúpula de la roca” del sacrificio de Isaac (Gn 22, 1-19) en la actual mezquita de Omar y la ascensión al cielo de Mahoma. Durante muchos siglos Jerusalén ha sido la meta por excelencia de las peregrinaciones cristianas, desde tiempos de san Jerónimo (s IV), de la peregrina gallega Egeria (s VI), de los entusiastas “cruzados” y hasta nuestros días con la convocatoria del Papa Juan Pablo II.

Para los cristianos Roma es sin duda la otra gran meta de peregrinación, por ser lugar del martirio de Pedro y Pablo y la sede del que preside en la caridad a todas las Iglesias, el Vicario de Cristo en la tierra. Los jubileos que jalonan los siglos, contribuyeron a las peregrinaciones de multitudes hacia las “vías romeas”, partiendo de todo el mundo. Pero al mismo tiempo los caminos de peregrinación se ramifican como capilares, hacia metassecundarias como fueron las tumbas de los apóstoles y mártires. La primera de ellas es la del Apóstol Santiago, pero también otras. El camino de Santiago ha sido uno de los factores determinantes de la formación de la civilización del Medioevo y constitutivo de la cultura occidental. (Cf. R. González, Piedad popular y Liturgia, Dossier 105 pp236-237).

Después de las peregrinaciones a las tumbas de los mártires cobran auge las peregrinaciones a los santuarios marianos. A ellos acuden un poco más tarde (a partir del año 1000) los cristianos para venerar a la Madre de Cristo, la primera de entre los discípulos de su Hijo y la figura y modelo de los discípulos del Señor. Son los “cuatro puntos cardinales” de la peregrinación cristiana: Jerusalén, Roma, Santiago y los santuarios dedicados a la Virgen María. El horizonte de la peregrinación puede ampliarse a las demás religiones: al Budismo (con el monje peregrino “sanga”), al camino contemplativo del Tao (vía, camino, sendero), a los itinerarios de purificaciones en los ríos sagrados del Hinduismo (el Ganges e Indo), a la peregrinación a la Meca (uno de los cinco “pilares” de la fe musulmana). Se podría hacer también referencia a las peregrinaciones a lugares antiguos: el santuario de Apolo en Delfos, la tumba de Osiris en Abydos (Egipto), Epidauro en Grecia, etc. Puede encontrarse incluso cierto soplo de espiritualidad en las nuevas peregrinaciones “laicas”: las migraciones muchas veces dramáticas de los pueblos de África y de Asia hacia Europa ; el turismo en sus formas más cualificadas de investigación y conocimiento; el itinerario del ocio y tiempo libre (deportistas, conciertos musicales, visitas a museos), el peregrinar existencial de los “hijos del viento”, los nómadas y gitanos, el vagar de personas que viajan por motivos comerciales, políticos, etc. Es el fenómeno de la movilidad e itinerancia constante en el mundo de hoy y facilitado por los rápidos medios de comunicación. Todo este inmenso peregrinar que invade el mundo manifiesta la angustia del “homo viator”, que muestra también en este dato la inquietud radical intuida por san Agustín: “...porque nos has hecho (Señor) para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti” ( Las Confesiones I.1, 1).

La peregrinación bíblica modelo de peregrinación.

En este apartado queremos referirnos brevemente a la peregrinación del pueblo de Israel y de los grandes personajes del AT Y NT, para descubrir en ellos a los verdaderos modelos de la peregrinación actual.

La peregrinación adámica.

Es la peregrinación del hombre desde el principio y a lo largo de milenios. La Biblia la constata. Comporta: la salida de las manos del Creador, su entrada en el mundo y el errar por el tiempo y el espacio sin meta, lejos del Edén (Cf. Gn 4, 15). Adán peregrina a partir de la llamada de Dios a caminar con él, pasando por la desobediencia y la esperanza de salvación (protoevangelio). En su peregrinar “revela la plena libertad de la que le dotó el Creador” (n 4). Pero a la vez “da a conocer el compromiso de Dios de caminar junto a él y velar sobre sus pasos” (n 4). La peregrinación de Adán parece a primera vista, una descripción de la meta del lugar santo (el Paraíso). Pero este camino puede convertirse en itinerario de conversión y de retorno. Dios vela y protege a Caín vagabundo con su presencia amorosa (Cf. Gn 4, 15). El Sal 55, 9 se expresa así en súplica orante: “Anota en tu libro mi vida errante, recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío”. El Padre, lleno de amor y misericordia, acompaña el camino de pecado del hijo que le abandonó. Debido a la atracción amorosa de Dios todo camino recorrido equivocadamente puede transformarse, para cada hombre, en el camino del retorno y del encuentro salvador (Cf. Lc 15, 11-32). Por tanto, la peregrinación adámica es la historia universal de peregrinación que comprende una etapa oscura, tortuosa, equivocada. Pero incluye otra de regreso, conversión, de vida, de salvación, de verdad y fidelidad (Cf. Pr. 2, 19; 8, 20; Sal 119, 30; Tb 1, 3).

La peregrinación de Abrahán.

Es el modelo de la historia de la salvación a la que el creyente se adhiere. Sus características propias (lenguaje que se usa, etapas de su itinerario y acontecimientos vividos) es en sí mismo (Abrahán) éxodo salvador y anticipación modélica del éxodo de todo el pueblo de Israel. Abrahán deja todo (tierra, patria, casa paterna), emprende el camino con fe y esperanza (actitudes hondas) hacia el horizonte (no ve de momento más) que Dios le indica (Cf. Gn 12, 1-4). La Carta a los Hebreos destaca la actitud de fe de Abrahán: en la respuesta al mandato de Dios, sin saber a dónde iba; en su emigrar como un extranjero, habitando en tiendas, fiado de la promesa; en su muerte, sin recibir lo prometido, confesando ser extranjero y peregrino (como Isaac y Jacob). Abrahán se define a sí mismo como “forastero residente” (Gn 23,4) incluso en la tierra prometida, como lo serán más tarde sus hijos. Todos esperaban la ciudad con cimientos cuyo arquitecto y constructor es Dios. La esperanza les hacía sentirse peregrinos y extranjeros, mientras caminaban hacia la verdadera patria.

La peregrinación del Éxodo.

La gran peregrinación del Éxodo parte de la tierra de Egipto. Sus etapas (salida, camino por el desierto, la prueba, las tentaciones o la entrada en la tierra prometida) se convierten en el paradigma de la misma historia de la salvación (Cf. 1 Cor 10, 1-13). Ésta no sólo comporta los dones de la libertad, la Revelación en el Sinaí y de la comunión con Dios, significados en la Pascua y en los dones del maná, del agua y las codornices, sino a la vez la tentación de regresar a la esclavitud y el pecado de infidelidad e idolatría (cf. n 6). El éxodo es para Israel un “memorial” siempre vivo, que es revivido en el retorno de Babilonia, cantado por el segundo Isaías como un nuevo éxodo (Cf. Is 43, 16-21), celebrado en cada Pascua por Israel y que el Libro de la Sabiduría transforma en símbolo o representación de la Pascua definitiva (Cf Sap Caps. 11-19). La meta definitiva es la tierra prometida de la comunión plena con Dios en una creación que será renovaba (Cf. Sap Cap. 19). Yahvé mismo se hace peregrino con Israel peregrinante; le atiende por el inmenso desierto, durante cuarenta años caminando por un sequedal y no le ha faltado nada (Cf Dt 2, 7). Dios guarda a Israel en todo su peregrinar (Jos 24,17). Por ser peregrino en su origen, al pueblo de Israel Dios le pide que no oprima ni veje al emigrante, que le ame porque él fue emigrante en Egipto (Cf. Dt 24, 17; 10, 18).

La peregrinación en la liturgia y oración de Israel.

El orante de los salmos se presenta como huésped y forastero ante Dios (Cf. Sal 39, 13; 119, 19). Los salmos son testigos en la oración milenaria de Israel de la conciencia histórica y teológica del peregrinar del individua y la comunidad. Mediante la peregrinación cultual a Jerusalén, la realidad de ser extranjeros en la propia patria (Cf. Lv 25, 23) se transforma en signo de esperanza. En las tres grandes fiestas (la Pascua, las Semanas y las Tiendas) Israel “sube” hacia Sión entre cantos de alegría (los cantos de la subida, Sal 120-134). Es una experiencia de confianza y estabilidad, en compromiso renovado de vivir en el temor de Dios y en la justicia. Israel asentado sobre la roca del templo de Jerusalén, símbolo del Señor, la “roca” que no vacila (Cf Deut.32,18), celebra el nombre del Señor (Cf. Sal 122, 4); en las celebraciones entra en comunión con él, se hospeda en la tienda de su santuario y mora en su santo monte, hallando una salvación indestructible (Sal 15, 1.5) y una plenitud de vida y de paz (Sal 43, 3-4). Los salmos llaman dichoso al que vive en la casa de Dios alabándole siempre; dichoso el que encuentra en Dios su fuerza al preparar su peregrinación (Cf. Sal 84, 5-6). “En pie, subamos a Sión, a visitar al Señor, nuestro Dios” (Jr 31,6; Cf Is 2, 5).

El orante y miembro de la comunidad celebrante se experimenta peregrino y hace experiencia de su condición de peregrino y extranjero, cuando sube al templo de Dios. Pero precisamente en esas circunstancias es cuando se descubre más seguro y afianzado en la “roca” del templo y en Dios.

La peregrinación en los Profetas.

Cuando Israel sufre a causa de su infidelidad y pecado, los profetas hablan también “de una peregrinación mesiánica de redención” con dimensión escatológica. En ella confluirán todos los pueblos de la tierra hacia Sión, lugar de la Palabra divina, de la paz y de la esperanza (Cf. Is 2, 2-4; 56,6-8; 66,18-23). Reviviendo la experiencia del éxodo, Israel debe dejar que el Espíritu aparte de él su corazón de piedra y le de uno de carne (Cf Jr 31, 31-34).Israel hará realidad en su camino la justicia (Cf. Is 1, 17), la fidelidad en el amor (Cf. Os 2, 16-18) y se convertirá en luz para todos los pueblos (Cf. Is 60, 3-6), hasta que el Señor Dios ofrezca en la montaña santa “un festín para todos los pueblos” (Is 25, 6). Mientras se camina hacia el cumplimiento de la promesa mesiánica, todos están llamados a la comunión gratuita (Cf. Is 55, 1-2) y llena de la misericordia de Dios (Cf. Ez 34, 11-16). El Dios de los profetas camina con Israel incluso en su infidelidad y le llama a peregrinar hacia Sión, unido a todos los pueblos de la tierra, convertido su corazón y entrando en comunión llena de amor con su Dios.

La peregrinación de Cristo.

Jesús se presenta en el mundo y en la historia de su tiempo como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6) y desde el principio se inserta en el camino de la humanidad y de Israel “uniéndose en cierta manera a cada hombre” (Redemp. Hom. 18). Desciende de “junto a Dios” para encarnarse,entrar en la historia humana (Cf. Jn 1, 2-14) y recorrer los caminos del hombre. En la encarnación “es Dios quien viene en persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible encontrarlo” (TMA 6). Siendo niño, Jesús es presentado por sus padres en el templo como final de una peregrinación (Cf. Lc 2, 22-24); de muchacho sube con María y José a “la casa del Padre” (Lc 2, 49). Durante su ministerio público recorre los caminos de su tierra y todo su actuar se perfila como una peregrinación hacia Jerusalén, que sobre todo san Lucas describe en el centro de su evangelio como un significativo viaje, cuya meta es la cruz, la resurrección y Ascensión (Lc 9, 51; 24,51). En la Transfiguración revela a los tres apóstoles su inminente “éxodo” pascual que iba a realizar en Jerusalén (Cf. Lc 9, 31). Los demás evangelistas conocen también este peregrinar ejemplar que debe seguir el discípulo: “El que quiera venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24; cf Mt 10, 38); san Lucas añade: “cada día”(Lc 9, 23).Para san Marcos el itinerario hacia la cruz del Gólgota está constantemente marcado con verbos y palabras que indican movimiento, así como con el símbolo del “camino” (Mc 8, 27.34; 9,33-34; 10, 17.21.28-32-33). El camino de Jesús no termina sobre el monte Gólgota. La peregrinación terrena de Cristo se abre al infinito y al misterio de Dios, más allá de la muerte. El monte de la Ascensión representa la etapa definitiva de su peregrinación. El Señor resucitado sube al cielo y promete volver (Cf Hech 1, 11); va a la casa del Padre para prepararnos un sitio, para que estemos con Él (Cf Jn 14, 2-3). Jesús resume su misión (peregrinación) de este modo: “Salí de junto al Padre y vine al mundo, ahora dejo al mundo y vuelvo al Padre...Padre, quiero que, donde yo estoy, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria” (Jn 16-28; 17, 24).

La peregrinación de la comunidad cristiana.

La comunidad de los cristianos, animada por el Espíritu Santo, camina en todas las direcciones del mundo. Desde Jerusalén y hasta Roma camina por las calzadas del imperio recorridas por los Apóstoles y misioneros. Cristo camina con ellos y, como a los discípulos de Emaús, les explica las Escrituras y les parte del pan de su Cuerpo (Cf. Lc 24, 13-35). Los diversos pueblos de la tierra se ponen en marcha siguiéndoles a ellos, recorren espiritualmente el camino de los Magos (Cf Mt 2, 1-12), dan cumplimiento a las palabras de Cristo: “Vendrán muchos de oriente y occidente a sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac, Jacob en el reino de Dios” (Mt 8, 11). Pero la meta última de esta peregrinación por los caminos de la tierra no está escrita en los mapas de aquí abajo. Está más allá de este mundo en la comunión con Dios. Los Hechos de los Apóstoles califican la vida cristiana como “el camino” (Cf Hech. 2, 28; 9, 2; 16, 17; 18, 25-26; 19, 9.23; 22, 4; 24,14-32) por excelencia. Así el cristiano, después de ir a predicar a todas las naciones, acompañado de la presencia del Señor, que está con nosotros hasta el fin del mundo (Cf. Mt 28,19-20), caminando según el Espíritu, en justicia y amor, anhela llegar a la Jerusalén celeste cantada por el Apocalipsis. Nuestra peregrinación tiene una meta trascendente; somos en la tierra “forasteros y extraños” (Ef 2, 19; 1Pe 2, 11), pero estamos llamados a ser en el cielo “conciudadanos de los santos y familia de Dios” (Cf Ef 2, 19). Aquí “no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura” (Heb 13, 13-14). Allá, Dios morará con nosotros, allá “ya no habrá muerte ni luto ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado” (Apc 21, 4). Al final de este recorrido descubrimos que la peregrinación es una práctica religiosa y cultual con la que el hombre y la comunidad trata de encontrarse con Dios. Pero a la vez es un símbolo y parábola de la misma vida religiosa y cristiana. El concepto de peregrinación, camino o itinerario expresa bien la realidad de la vida humana en la historia. La peregrinación supone un punto de partida, un itinerario a recorrer, una meta que sella todas las demás etapas y un retorno. Comienza con el desarraigo, la partida de un lugar conocido. Ello supone desprendimiento, desapego, desestabilización. Emprender el camino requiere decisión, fe en el propósito que se acaricia y esperanza en alcanzar la meta. Durante el camino acechan los peligros, el desánimo, la tentación de mirar a lo que se ha dejado.Por el camino se impone el desprendimiento, la ligereza de equipaje, el desprendimiento respecto a comodidades y cosas no imprescindibles. En la peregrinación del AT y NT hay una conciencia clara de que Diosva con el peregrino, le acompaña incluso en la infidelidad y el pecado. Dios se preocupa de él, le protege y le ayuda en todo momento. Cristo, hombre perfecto, se aparece en el camino, hace el mismo itinerario, explica la Palabra y parte el Pan de la Eucaristía para sostener la fortaleza de sus hermanos. La peregrinación en la que tiene lugar la infidelidad y el pecado puede transformarse en camino de conversión, de regreso y encuentro con Dios. La llegada a la meta sagrada colma todo el sufrimiento del camino. Allí se alcanza la comunión en la paz y felicidad que ofrece Dios.

Pero la meta de toda peregrinación ritual no termina en el santuario o lugar sagrado. Se prolonga por el camino del retorno en alegría, acción de gracias y misión hacia los demás. El peregrino que ha experimentado la acción salvadora de la gracia, experimenta la necesidad de contarlo, comunicarlo con viveza y convertirse en apóstol de evangelización para otros. El encuentro y comunión con Dios en el santuario le descubren que la meta definitiva de su peregrinación no está en el santuario terreno ni en ningún otro lugar de la tierra. La meta final está más allá de la muerte, en el banquete festivo del cielo. Por eso, la peregrinación ritual lleva al peregrino a interpretar toda su vida como una peregrinación desde el nacimiento hasta la muerte y desde las manos del Dios creador hasta el encuentro definitivo con el Dios uno y trino, en la otra orilla y en la felicidad del descanso eterno.

Sentido y significado de la peregrinación cristiana.

Nos disponemos en este apartado a precisar el sentido o significado de la peregrinación cristiana en orden a descubrir su riqueza y contenidos de fe. La historia de los santuarios y peregrinaciones en todas las religiones, desde la prehistoria hasta hoy, demuestra que el ser humano experimenta la necesidad de acercarse a la divinidad para obtener certezas y seguridades. Se confirma desde el momento en que, en tales lugares suceden hechos extraordinarios (curaciones) y se obtienen gracias especiales: el perdón de los pecados, la renovación de la vida interior, nuevas ganas de vivir e indulgencias especiales. De esta necesidad y acontecimiento arranca el fenómeno de la peregrinación. Las peregrinaciones surgen en tiempos distintos, bajo instancias muy distintas respecto a circunstancias políticas, económicas y sociorreligiosas. Pero en todos los casos existe una matriz común: la necesidad del hombre de contactar con la divinidad, con lo sagrado o sobrenatural. El hombre y los grupos experimentan la exigencia de encontrar respuestas a los aspectos incomprensibles de su existencia, desean robustecer su fe, buscan ayuda frente al miedo y la angustia humana, desean encontrar un protector, un consejero, un amigo para los momentos difíciles. Por eso, el peregrino a lo largo de su caminar y en el santuario necesita silencio, reflexión serena, le es necesario encontrarse consigo mismo en la profundidad del corazón, para poder escuchar la voz de un Tú trascendente y responder (oración) abriéndole la puerta para el encuentro y la comunión. De aquí brota siempre la esperanza en orden a reemprender la vida con optimismo y nuevas fuerzas. En ocasiones el peregrino, interpretando su vida como un viaje más o menos largo entre el nacimiento y la muerte, desea dar gracias a Dios e imitarle (seguimiento, santidad), caminando a los lugares donde se le puede encontrar de manera especial. Los cristianos de la Edad media consideraban estas peregrinaciones como una necesidad y una urgencia. Peregrinaban buscando a Dios a partir de la certeza y seguridad emanadas de una fe sincera. En el momento presente, cuando debido al laicismo, al relativismo moral, a la llamada “apostasía silenciosa” que se las arregla sin Dios, muchos caminan al santuario con la esperanza de lograr algunas de esas certezas. Algunos interpretan la peregrinación como una manifestación puramente religiosa de tipo penitencial no completo, excluyendo el aspecto actual de turismo religioso y de ocio expansivo. En este sentido algunos peregrinos caminaban al santuario para recibir la indulgencia de la pena temporal de sus pecados. Tales indulgencias comenzaron con las Cruzadas y luego Bonifacio VIII (1294-1303) las extendió a los peregrinos de Roma. En el pasado las peregrinaciones se hacían no sólo por devoción sino también por motivos menos plausibles: la curiosidad por conocer nuevos lugares, culturas y gentes; el afán de nuevas experiencias; el interés económico supliendo a otro y cobrando; el espíritu aventurero, etc. La peregrinación externa y material por sendas difíciles, caminos peligrosos, subidas imponentes, descensos escabrosos y serenas planicies constituye el cauce de una peregrinación interior e invisible. Ésta es más importante desde el punto de vista espiritual y religioso. Veamos a continuación lo que se esconde de misterioso tanto humano como religioso-espiritual en lo ritual y visible de la peregrinación.

1. Las cuatro etapas de la peregrinación.

Quien peregrina vive con mayor o menor profundidad cuatro momentos o etapas: La partida, el camino, la meta y el retorno.

a) En la partida el peregrino debe asumir con decisión el desprendersede personas y cosas para ponerse en camino. Partir supone dejar lo conocido (tierra, familia) y caminar rumbo a lo desconocido, lejano y siempre insospechado. La partida es siempre símbolo del inicio de la vida (“partimos cuando nacemos”), del asumir la “llamada”, romper con lo familiar y querido, para emprender la senda de lo novedoso. Este ponerse en movimiento en el espacio y el tiempo, marca a la persona y la hace en cierto sentido nueva. En esta etapa el peregrino “nace” a la nueva experiencia que le aportará un “existencial” no controlable. Cuando la partida integra al peregrino en un grupo de personas como él, también este aspecto configura su partida en la línea de lo relacional.

b) El camino o hacer camino es una de las etapas y elementos más significativos del que peregrina. Supone arrancarse de los orígenes, fundamentar el punto de partida; abre el espíritu hacia la meta deseada, hace que se relacione explícitamente el origen con el fin del mismo camino de la vida y permite al menos interrogarse sobre el sentido del caminar histórico, entendido como instrumento y ámbito del camino interior, abierto al totalmente Otro. El transcurrir del tiempo, lento a veces, rápido otras, se muestra como un espacio lleno de posibilidades de creatividad, contemplando la belleza de la naturaleza, escuchando la “sonoridad del silencio” de los pasos que conducen a la persona, observando las “creaciones” del hombre, escuchando a laspersonas, en el diálogo con ellas y enriqueciendo de este modo la convivencia. El peregrino experimenta en la reflexión por el camino cómo brotan los interrogantes más hondos y cómo la mente envuelta por el corazón anhela respuestas claras. En este avance de la peregrinación etapa tras etapa, la libertad crece, la presencia latente o explícita del Trascendente alimenta y estimula el señorío sobre lo creado, abriéndose siempre a un futuro de esperanza. La auténtica peregrinación “une en cada paso la experiencia y el proyecto, la memoria y la creatividad, la revisión y la ilusión, la búsqueda a tientas de la inteligencia humana” y la fe, lo que nos legaron los antepasados y nuestra responsabilidad en el desarrollo, la conciencia de las raíces propias y la llamada personal (“vocación”), que unifica toda nuestra vida y nos abre al futuro esperanzado. El camino nos hace conscientes de nuestras limitaciones, es un desafío a las dificultades, comporta aceptar la provisionalidad de la existencia,la experiencia de lo verdaderamente sustancial y accidental en la vida humana. En el camino se experimenta la necesidad de los demás, la importancia del yo que reflexiona, se abre, dialoga, colabora, anima, contribuye al bien común yhace experiencia de su solidaridad con todos los hombres en la común condición de “viadores”.

Pero a veces, en este camino, la persona sincera al encontrarse consigo misma como “triste viandante por la tierra oscura” (Goethe), con su miseria y esplendor, con risas y lágrimas, tendiendo constantemente al “Más allá” y hacia el “totalmente Otro”, se le revela la vida como un puente que se extiende hacia la orilla de lo infinito y de lo eterno. En este contexto se revelan significativas las palabras del salmo: “Me enseñarás el sendero de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (Sal 16,11). A partir de esta “revelación” habría que referirse a la revelación bíblica, en la que la peregrinación del pueblo de Israel es una clave importante que unifica toda la historia de la salvación desde Abrahán hasta Pentecostés y desde el nacimiento de la Iglesia hasta la casa del Padre. Esta revelación, legado de los cristinos en las santas Escrituras, la recibieron como don los discípulos de Emaús la tarde la resurrección, de camino a su aldea de origen. Por el camino Jesús se les aparece y, sin ellos reconocerle, les explica el sentido de su pasión y muerte, según las Escrituras. Sus corazones “arden” de entusiasmo, le piden que se quede con ellos, pues atardecía, y le reconocen como el crucificado-resucitado “al partir el pan”, en referencia clara a la Eucaristía (Lc 24, 13-35). Este pasaje bellísimo de Lucas es un excelente modelo de lo que sucede siempre en la experiencia del camino cristiano y de todo hombre de buena voluntad. En este punto es significativa de lo que decimos la oración de Nicolás de Cusa (1400-1464): “Tú eres, Señor, el compañero de mi peregrinación. Dondequiera que yo vaya tu mirada descansa en mí. Tu visión es tu mismo movimiento: Tú te mueves conmigo y, durante todo el tiempo de mi movimiento, tu movimiento no se detiene nunca. Cuando descanso estás conmigo; cuando subo, tú subes; dondequiera que mire, estás presente. En el momento de la prueba, no me abandonas; cuando te invoco estás a mi lado. Porque invocarte es volverme hacia Ti”

c) El camino termina en la meta que es el santuario. La meta es el motor durante el camino, lo añorado, imaginado y largamente acariciado a lo largo del camino. Cuando se divisa de lejos la meta, el corazón del peregrino es penetrado por una gran emoción. El peregrino se prepara de un modo especial para acceder más dignamente al santuario. Antiguamente lavaba sus ropas y, llegado el momento penetraba con gozo inmenso los umbrales del santuario, como nos describe el salmista (cf. Sal 122, 12) peregrino en actitud de adoración, de invocación, alabanza y acción de gracias. Lo que ha tenido lugar en el santuario infunde temor y fascina a la vez. Allí tiene lugar el encuentro con el misterioso y sagrado mediante diversas expresiones: oración, silencio, contemplación de la imagen, acercarse al sepulcro de un mártir, experimentar el gozo de la comunión con lo divino, recibir el perdón de los pecados, tocar la imagen, contemplar las reliquias, obtener las indulgencias, etc. En el santuario el peregrino experimenta la “seguridad” de encontrarse en la sede y fuente de la vida queda sentido a la existencia. ¿No tiene lugar esto de un modo culminante en la Eucaristía? En ella se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Ella es garantía de vida eterna y prenda de resurrección. Si el peregrino experimenta esto desde la fe y los pastores se lo saben inculcar (catequesis, iniciación a la Eucaristía, mistagogía y exhortación a la misión) entonces se habrá logrado la “meta” a la que tiende toda peregrinación auténtica.

Cuando esto se hace realidad en el corazón, el peregrino vivir (quedarse) y morir (ser enterrado) en el santuario. Pero además el santuario es signo profético e icono de la patria definitiva a la que se orienta nuestra peregrinación existencial. Nuestra vida es toda ella un camino, un itinerario, una peregrinación hacia la patria de sólidos fundamentos, preparada por Dios para los que le aman.”Cuando termine nuestra peregrinación por este mundo”, Dios pondrá su “santuario en medio de ellos para siempre” (Ez 37, 26). De este modo, el santuario terreno abre nuestros ojos para ayudarnos a descubrir hacia dónde vamos, hacia qué meta final se dirige nuestra peregrinación en la vida y en la historia. Por eso, el santuario se convierte en un “signo profético de esperanza”. El santuario construido por manos humanas, en las dificultades y contrariedades de la vida, se transforma en icono evocador de la Patria vislumbrada, no poseída todavía, cuya espera en fe cierta y esperanza alegre, alimenta y sostiene nuestro peregrinar.

d) La última etapa es el retorno. El tiempo vivido en el santuario y la experiencia de comunión con lo sagrado impulsa de nuevo al que ha llegado a la meta (no definitiva), a descansar del camino, renovado interiormente por la dura y fecunda experiencia del mismo. El peregrino desea proclamar a todos lo experimentado por el camino y vivido en el santuario. Pero además la “conversión” o renovación lo lleva a la nueva misión: ser testigo de lo experimentado, celebrado y vivido allí.

El peregrino no puede quedarse en la vivencia de una sacralidad vacía de compromiso, en una experiencia de autocomplacencia intimista e individualista, ni de egocentrismo satisfecho. Debe hacer brotar de lo vivido en el santuarioun testimonio de fe, que urge amor a los más pobres y necesitados.




Nessun commento:

Posta un commento